L’éloge de la reine d’espagne occupe l’intégralité du chapitre XXXV du troisième livre du Libro del cortegiano (1528), le fameux traité de Baldassarre castiglione, promptement traduit en espagnol par Juan Boscán en 1534 (dont le texte est placé en annexe à la fin de l’article). La figure d’Isabelle reçoit un traitement de faveur, par la large place qui lui est accordée, signe de l’importance qu’elle revêtait aux yeux de son auteur, qui avait passé les cinq dernières années de sa vie en espagne en tant que nonce apostolique. La laudatio se divise en quatre parties : l’exposition des vertus morales (l. 1-8) ; de ses œuvres (l’apaisement de la castille et la conquête de Grenade, l. 8-21) ; de son art de gouverner (l. 21-37). La dernière partie, plus courte, (l. 37-45) est une sorte d’éloge dans l’éloge, celui du Gran capitán. La troisième partie, la plus longue, que Menéndez Pidal définit comme « el más cálido y afortunado elogio que de ella se ha hecho », fait référence à la « divina maniera di governare », qui consiste, d’après l’auteur, dans le gouvernement des consciences de ses sujets. Par ailleurs, la gouvernance exemplaire de la reine catholique ne pouvait que faire rêver un intellectuel comme castiglione, originaire d’un pays qui n’était alors, et qui allait le rester jusqu’en 1861, qu’une « expression géographique », selon le mot de Metternich.
El elogio de Isabel la Católica ocupa le integralidad del capítulo 35 del tercer libro del célebre tratado de Baldassarre Castiglione: Libro del cortegiano (1528), prestamente traducido al castellano por Juan Boscán en 1534 (cuyo texto se encuentra en anejo al final del artículo). La figura de la reina Isabel está tratada de una manera favorable, en particular por el amplio espacio que el autor –quien había transcurrido sus últimos cinco años en España como nuncio apostólico– le concede, señal de la importancia que ésta representaba a sus ojos. La laudatio puede dividirse en cuatro partes: la exposición de la virtudes morales (l. 1-8); de las obras (el apaciguamiento de Castilla y la conquista de Granada, l. 8-21); de su arte de gobernar (l. 21-37). La cuarta parte, más breve, (l. 37-45) es un elogio del Gran Capitán. La tercera parte, la más larga, que Menéndez Pidal definió como «el más cálido y afortunado elogio que de ella se ha hecho», se refiere a la «divina maniera di governare» y que consiste, según el autor, en la capacidad de gobernar las conciencias de sus súbditos. Por otra parte, el gobierno ejemplar de la reina católica no podía sino provocar la envidia de un intelectual como Castiglione, originario de un país que no era en aquel entonces –y seguirá siéndolo hasta 1861– más que una «expresión geográfica», según la afortunada fórmula de Metternich.
El elogio de Isabel la Católica ocupa le integralidad del capítulo 35 del tercer libro del célebre tratado de Baldassarre Castiglione: Libro del cortegiano (1528), prestamente traducido al castellano por Juan Boscán en 1534 (cuyo texto se encuentra en anejo al final del artículo). La figura de la reina Isabel está tratada de una manera favorable, en particular por el amplio espacio que el autor –quien había transcurrido sus últimos cinco años en España como nuncio apostólico– le concede, señal de la importancia que ésta representaba a sus ojos. La laudatio puede dividirse en cuatro partes: la exposición de la virtudes morales (l. 1-8); de las obras (el apaciguamiento de Castilla y la conquista de Granada, l. 8-21); de su arte de gobernar (l. 21-37). La cuarta parte, más breve, (l. 37-45) es un elogio del Gran Capitán. La tercera parte, la más larga, que Menéndez Pidal definió como «el más cálido y afortunado elogio que de ella se ha hecho», se refiere a la «divina maniera di governare» y que consiste, según el autor, en la capacidad de gobernar las conciencias de sus súbditos. Por otra parte, el gobierno ejemplar de la reina católica no podía sino provocar la envidia de un intelectual como Castiglione, originario de un país que no era en aquel entonces –y seguirá siéndolo hasta 1861– más que una «expresión geográfica», según la afortunada fórmula de Metternich.